miércoles, 30 de mayo de 2012

Efectiva lengua

No exijo una pija monumental a la hora de los bifes, no le ruego a dios un cañón desmesurado. Nada me aporta, sino la certeza, o al menos la presunción del desgarro. A los hombres, la insólita jactancia.
Pido, sí, a quien concede los deseos enfermizos, una lengua especial, larga, mediana o corta; bífida, sería excesivo de mi parte.
Una lengua que se interne lentamente como agua espesa. La lengua licuada. Una lengua que no omita milímetro de pared membranosa ni rincón humedo. La lengua omnipresente. Una lengua que preñe mi mente y nuble mi vista. La lengua humeante.
Una lengua multiplicable como el eco, que puedea conocer de mí, más de lo que nadie conoció. Una lengua sin dueño, suave y tibia. Palpitante y nerviosa.
Una lengua capaz de llegar, superando todo obstáculo, al diamante que refulge al final del túnel.

jueves, 17 de mayo de 2012

Impertinencia lingüística

Me propuse ponerlo así, en cuatro patas, como perrito, exigirle una sumisión humillante para el macho, una apertura sin reservas, y lamerlo de atrás, para que sienta lo que una mujer siente cuando la lamen así, tan íntimamente, tan hondo que pareciera que ya no tiene más secretos para con el mundo.
Ver su colgajo desde una perspectiva superior, ver su colgajo erigirse, lentamente, y perderse rumbo a su ombligo, excitado por un placer que según, la norma occidental (y católica), debiera restringirse a la mujer o al homosexual.
El poder y el orgullo de un hombre lamido en sus trastes, se enternecen, proporcionalmente a la dureza que adquiere su verga.
Me propuse lamerlo así, jugar con su boquita sagrada, que en ciertas formas, ya no se resiste. Contemplar su ondulación tan femenina. Derribar muros. Intentar, al menos, que comprenda, cuánto placer le sobreviene a una mujer lamida en cuatro patas.

viernes, 4 de mayo de 2012

Agua

Cuando me coge así, con esa fiereza irracional, siento como sí con ese palo duro, caliente y palpitante, removiese en el fondo barroso de una laguna oscura, cuyas ondas se refractan en mi propio fondo. Sabe encontrar el punto recóndito que al roce produce la desintegración.
Cuando me tiene así, tan empotrada, siento que mi cuerpo podría dar de beber a todos los sedientos del desierto; siento que si estallara, llovería días innumerables sobre nuestras ciudades tristes. Mi apoteosis acuática podría salvar el mundo.
Me fascina como remueve ahí, siento la punta brillante de su palo duro, abrirse paso en ese continente membranoso y difícil; siento como, con cada arremetida, cada punzada certera, impiadosa, arranca un borbotón de agua hirviendo, una ráfaga de goce único e intransferible.