No exijo una pija monumental a la hora de los bifes, no le ruego a dios un cañón desmesurado. Nada me aporta, sino la certeza, o al menos la presunción del desgarro. A los hombres, la insólita jactancia.
Pido, sí, a quien concede los deseos enfermizos, una lengua especial, larga, mediana o corta; bífida, sería excesivo de mi parte.
Una lengua que se interne lentamente como agua espesa. La lengua licuada. Una lengua que no omita milímetro de pared membranosa ni rincón humedo. La lengua omnipresente. Una lengua que preñe mi mente y nuble mi vista. La lengua humeante.
Una lengua multiplicable como el eco, que puedea conocer de mí, más de lo que nadie conoció. Una lengua sin dueño, suave y tibia. Palpitante y nerviosa.
Una lengua capaz de llegar, superando todo obstáculo, al diamante que refulge al final del túnel.